Una de esas cosas reales llamadas «el estar»

La persistencia del tiempo…
Y es que en la noche los minutos son eternos…
Y en esa eternidad me pierdo. Y son horas, minutos y segundos respirando perfumes entre humos y espirituosidades, son el momento de exploración del mundo, no de ese mundo al que estamos atados, sino el mundo que está escondido, ese que solo renace, cuando se está en la deconstrucción del ser, ese que nace cuando no vuela nada y todo está quieto ¡todo! hasta lo que tiene movimiento, cómo dice el autor, las cosas que están hechas para moverse se ven doblemente quietas, cuando es posible encontrarse y entrar.
Solo. Recostado entre la faz de los planos, esos planos que no son visibles a la luz del sol. Me pregunto y me preguntan el porqué; la verdad, si todo se pudiera explicar todo sería vacío y sin sentido. Me preguntan y me pregunto.

¿No será hora? ¿Hora de qué?

¿De terminar con la lucidez?

No gracias, definitivamente no, y ahí, donde la piel se eriza, donde el suspiro se vuelve genuino y la respiración se entre corta, es ahí donde existimos, solos con uno mismo, o todos con uno solo. Si supiera explicar el devenir y caer de las cosas, no me atrevería a decir, porque se mal entiende, se pierde, no se escucha, se interpreta, se va.

¿Qué haces tú? ¿Qué hago yo frente a tal banalidad?

¿entregar y ser entregado o respirar con sinceridad?

El frasco de perfume se acabó, se rompió, pero jamás se derramó porque solo sale de él la esencia cuando uno lo llena, lo prepara, lo regala, se une, se abandona y se mezcla. Son como espíritus que bailan al rededor, llenos de dicha, llenos de energía, pero esperan pacientes a que uno los vaya soltando, respirando, suspirando, gimiendo, asintiendo, cerrando un ojo, o los dos.

Se abandonan y vuelven.
Se sueltan y regresan.
Una
y
otra
vez.

Dejo y dejamos ¿tú dejas?
una ventana abierta que te abrace, que te hiele, que te vuelva a hacer a dejar ser, que te vuelva a construir, te vuelva a dejar vivo, a recordarte que estás en el mismo lugar donde te abandonaste la otra noche, el otro café o la sustancia de nuestro entendimiento.

El universo se interpone, interpela, aplasta y nos deja mareados.
Una tos, dos o tres bastan.

Máquinas automáticas se deslizan por autopistas, como sangre, como torrente, y pareciera dentro de esta oscuridad pacífica, que si se detuvieran sería el fin.

¿De qué? De lo que reconocemos, de lo que nos recuerda.
Y me acostumbro a recordar.
Sí, vuelvo a recordar y sucede que me canso.
Jamás subestimes ese cansancio, no es el cansancio del que pretendes estar alerta para ponerte en pie y actuar, es ese cansancio necesario, no es malo, es bueno, tan bueno como el miedo que te paraliza, porque si un parálisis existió, hubo alguna vez un movimiento, un caminar, un hacer, un decir, un ir, de un aquí a un allí, el pasillo, la cocina, el agua hervida, el té.

¿Y ya no te haces uno con el té?

No, la desesperación del ahora no es algo que se pueda ocultar, no es algo que se pueda pasar por alto, es la esencia del ahora.

No basta solamente con mirar, con decir, con querer hacer, con caminar, con sorbetear, con aspirar e inspirar.

y ahí me quedo, aspirando y expirando
aspirando y expirando
aspirando y expirando

¿no inspiras?

No, no se logra con poca cosa, se logra con la mente en la espera.
Con la esencia.
Tienes un discurso para todo pero no se trata de tenerlo, se trata de percibirlo, experienciarlo, saborearlo con verdad, con convicción.

¿Y las aguas?
Constantes, como las máquinas, pero llenas de lo que muere, de lo que se pierde.
No se puede, DA MIEDO.

Huele a ayer, huele a recuerdo, huele a añoranza, pero no es real.

Huele a noche estrellada, huele a mirar hacia las luces (no las estrellas), huele a no soñar.

Y no, definitivamente no es a lo que crees que me refiero, no me interpretes, no me analices, porque no existe en mi, en ti, en él o en ella tal cosa como la realidad de mis letras.
Por que las perdí, para alguna vez volverlas a encontrar.