Sobre las decisiones, ¿existen?

          Es tan fácil que nos dejemos influenciar por las opiniones de nuestros cercanos que prácticamente jamás decidimos nosotros.

¿La afirmación anterior es correcta?

Es increíble como puede ser de influyente una opinión más que otra solamente por el peso de quién la dijo frente a nosotros, es increíble la dureza con la que defendemos todo lo aprendido por años, solamente porque nos enseñaron así, eso es algo fundamenta, y por ser fundamentalista carece de objetividad y además cae dentro de lo religioso, en el sentido en como somos de devotos ante lo que nos enseñaron. Pero ¿qué hacemos con lo que pensamos? ¿Qué hacemos con nuestra libertad?

Nos jactamos de mil maneras y millones de veces de lo libre que somos publicándolo en nuestras redes sociales, o diciéndole a otros, pero ¿realmente somos libres? Creo que lo más patético del ser humano es la jactancia… Porque deja al descubierto la necesidad de lo que uno está exponiendo. (Aunque esto de la libertad da para otro texto)

La cosa es la siguiente: siempre, como decía Kierkegaard, estaremos en la desesperación de la elección, y cómo decía, también el juez de uno de sus relatos, es más inteligente siempre preferir la desesperación.


De inmediato nuestra alarma antiestrés y antimalos ratos y hasta postmoderna, nos hace reaccionar a lo que acabamos de leer en el párrafo anterior, pero es necesario entenderlo en su totalidad. “Elige la desesperación” no es nada más que hacerse cargo de las decisiones, cada decisión en la vida incluye una dosis de desesperación, porque existe una elección entre dos opuestos, si pensamos por un momento frente a una elección, nuestros sentidos de inmediato piensan en el placer instantáneo, pero existe otro camino, si somos capaces de ir más allá (y por primera vez ser libres) elegimos la eternidad. ¿La eternidad? Sí, cuando elegimos por sobre el ahora, elegimos la eternidad, porque el futuro es eterno, en el sentido que nunca llega, aunque siempre está por llegar, nunca llega, esto nos dice que si tomamos una decisión pensando en nuestro futuro, ya sea a corto plazo, mediano o largo plazo hemos avanzado como individuos rumbo a nuestra realización. Entonces «elegir la desesperación» es avanzar, es crecer.

Pero frente a una decisión a veces las decisiones se vuelven fáciles porque hay cosas que son simples de seleccionar, como tomar un café o un té, como elegir entre una comida dulce o salada, o como decidir ir a una fiesta o no, todo esto depende netamente de nuestro sentido más básico y cuidado en nuestro queridísimo mundo hipersensual: la comodidad. Pero llega el momento cuando debemos decidir cosas que realmente tienen un peso existencial, y, obviamente, nadie nos prepara. Sea como sea ¡SIEMPRE habremos perdido algo con cualquier elección! y es en esta situación donde casi instintivamente volvemos a la zona de confort, siempre volveremos a lo de siempre a lo conocido, a nuestro rincón.

La verdad no sé si es por miedo a lo distinto (diferente) o miedo a la desesperación de no haber elegido otra cosa (me resulta más lógica esta última opción). Y no somos conscientes que volvemos a «lo que me dijo mi madre» o padre alguna vez, lo que eligió alguien que conocemos o lo que ha dado resultado a cercanos. De esto podemos pensar: ¿somos nosotros quienes estamos decidiendo? ¿quién diablos decide entonces? cómo decíamos al principio, de pie frente al resto de nuestra vida por delante y lo que hemos vivido por detrás, lo más fácil es decidir de acuerdo a lo que hemos escuchado, leído o vivido, la pregunta sería ¿Reflexionamos realmente? ¿o hacemos caso omiso a la realidad sometiéndonos y autoengañándonos creyendo que tenemos la capacidad de elegir, cuando jamás hemos podido elegir nada?, más bien, quizás nos han preparado para elegir cosas predeterminadas y vemos las consecuencias de esas elecciones como cosas obvias, y esperamos sus consecuencias como algo natural. E irónicamente nos quejamos de que no queremos sufrir, pero… Las decisiones que se supone que tomamos, ¿nos libran de eso? ¿o son sufrimientos tan conocidos que al final por buen adiestramiento estamos dispuestos a soportarlos?

 

Entonces…

¿Somos honestos? consecuentes con nuestra existencia, ¿o tenemos un discursillo aprendido?

¿Cuan adiestrados estamos al vivir nuestras vidas?

¿Por qué lo que vamos adquiriendo en el camino de nuestra vida no puede llegar a formar parte de nuestra forma más honesta de pensar?

¿Por qué nos cuesta tanto abrirnos a nuevas experiencias que nos parecen seguras y lógicas solo porque no hemos pensado nunca así?

¿Realmente hemos elegido algo durante nuestra vida?

¿Las decisiones existen? Quizá en un sentido genuino y consecuente con nuestra existencia no, pero pueden existir en la medida en la que somos conscientes con nuestra propia posición frente al estar hoy.

¿Qué podemos hacer?

  • Quizá una reflexión profunda sobre lo que somos, ¿cuanto de lo que pensamos realmente lo pensamos y no es algo impuesto?
  • Quizá una comparación que daría resultados interesantes sería ver cómo ha resultado nuestra vida vivida versus como pensamos que debíamos vivirla.
  • Diría Kierkegaard «si te casas te arrepentirás, si no te casas de igual forma te arrepentirás»
  • Y esto vuelve a juntarse con el principio…