Esas piedras.

Suelo caminar cuatro cuadras antes de llegar a mi departamento, depende el día el panorama es distinto, o mejor dicho la hora (los días no cambian mucho, a no ser que llueva y todos estén molestos por eso). Mientras camino, casi siempre, salta una piedra sobre mi hombro y comienza a contarme algo interesante que sucedió en la calle ese mismo día, no siempre son iguales, no siempre son las mismas, pero conozco a varias. Me cuentan cuanto hombre y mujer ha pasado, o cuántas bicicletas las han esquivado, a veces las escucho, a veces me hago el sordo, a veces me preocupo del camino. Pero ellas saben, saben que me estoy inventando lo distraído. Siempre que salta una cuando hace calor y ando con mi abrigo (porque en la mañana hacía frío, pero a la hora que vengo de vuelta tengo un calor de los mil demonios), intento no escucharlas, porque ando molesto, me molesta transpirar, y me molesta tener que sacarme ropa por calor, entonces no las escucho y me gritan, y las miro, como diciendo, que no quiero hablar, y se callan, algunas no, y se ponen inquietas, algunas saltan a la vereda y se van, otras insisten. Un día me contaron sobre una pelea de micreros que había ocurrido dos cuadras antes de llegar a mi departamento, uno de ellos sabía Kung Fu, le creí, parecía verosímil la manera tranquila de decírmelo, como si lo estuviera viendo mientras me lo contaba. Me dijo que el que sabía Kung Fu le pegó un combo al otro en la cara y se tambaleó, luego los dos corrieron a sus micros y salieron hechos una bala. Otro día, cuando el clima estaba muy agradable, eran como las 7 de la tarde, yo estaba muy relajado, venía escuchando música y una me tocó el hombro y comenzó a contarme sobre como los trabajadores de la construcción siempre hablan de las muchachas bonitas que pasan, y entredientes dicen cosas, porque le tienen miedo ahora a las mujeres, me dijo que ellos comentan que las mujeres están muy violentas con todo esto de la liberación femenina, y algunos están de acuerdo y otros no, pero aún así nunca terminan de mirarlas, desde que aparecen en la cuadra hasta que ya no se pueden ver.

Algunos días logro esquivarlas y que ¡ni se me ocurra mirar hacia atrás! avanzo rápido y me olvido. Otras veces no hay ninguna, y ahí me pregunto dónde están, o si acaso me lo invento, pero basta que salte otra cualquier otro día y sigue el mismo cuento.

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